Hace ya bastantes años tuve que impartir clases de mecanografía a niños y niñas de 8 y 9 años, en sustitución de alguien que había abandonado. Eran tiempos de máquina de escribir todavía. Los pequeños acudían a las clases con sus pesadas máquinas que ni siquiera eran eléctricas. Aporreaban las teclas como podían y yo sabía cuánto sufrían sobre todo con las letras con las que había que usar el dedo meñique (no en vano yo misma he tenido que aporrear este tipo de máquinas en mis inicios en la escritura).
Para colmo de males las clases consistían en decirles qué palabra tenían que escribir hasta hartarse hasta que les saliera bien. A eso se reducía todo: aporrear la palabra una y otra vez, durante una hora. Se me partía el corazón al ver a esos seres tan pequeños atrapados en una tarea tan aburrida por tiempo de toda una hora.
No está en mi naturaleza la repetición mecánica. Esa es la razón por la que se me partía el corazón y también fue la razón para hacer lo que estuviera en mi mano para que aquellas clases dejaran de ser tan rematadamente aburridas. Empecé a anotar todas aquellas palabras en las que se equivocaban al teclear y, mientras sus manitas seguían trabajando, mi esfuerzo se centraba en entretener y divertir sus mentes. Para ello usamos la técnica del error creativo, sobre el que seguramente hablaré en algún artículo más adelante. A lo largo de los meses inventamos significados para todas esas palabras, nos las aprendimos todos y construimos un mundo imaginario (las islas Iícas) en el que ocurrían cosas maravillosas, como tirarse en el césped de las cosquillas cuando se estaba muy enfadado.
¿Eran niños especialmente creativos cuyos padres les estimulaban en casa? No. Eran niños que en su tiempo libre aprendían mecanografía, con eso ya se dice todo. Pero bastó una pequeña chispa, para que aquello que todos los humanos tenemos en nuestra naturaleza, la creatividad, saliera a borbotones, con toda la fuerza de algo que ha estado contenido durante mucho tiempo.
Y las clases de mecanografía empezaron a ser divertidas, porque había (y sigue habiendo) otra manera de enseñar.
Comentarios
Publicar un comentario